He llegado a la conclusión que hay semáforos que tienen vida propia. Algunos son especialmente hábiles en ponerse coloraos cuando los miras, aunque parezca mentira. A muchos de ellos les gusta humillarte haciéndote perder el tiempo vilmente. Los más crueles juegan contigo. Hacen que te ilusiones con pasar, pero justo cuando llegas a su altura te cortan el paso con ufana actitud.
Se lo tienen muy creído. Se saben imprescindibles. No parece que nadie pueda vencerles. Cuando llegaron las rotondas se decía que los semáforos tenían los días contados. No ha sido así. Ahí siguen. Mandando sobre las redondas plazas.
Personalmente cuando más me intimidan es cuando voy de humilde peatón. Sí vas sentado en el coche la espera se hace más soportable, pero cuando vas andando, parar en cada esquina es una pequeña tortura.
¿Quién nos librará de la crueldad de los semáforos? Yo votaría a aquel político que supiera, sin aumentar la accidentalidad, quitar los semáforos de nuestras vidas.