Y en ese preciso momento,
cuando tomas conciencia de que nada es para siempre, empiezas a valorar las cosas de forma diferente.
Ya no pretendes brillar, sino contemplar las estrellas.
No buscas más sentido que el sentido que te aporta el camino.
Disfrutas de cada paso y del goce de seguir andando.
No pretendes llegar,
sino prepararte para cuando llegues.
Mientras tanto...
disfrutas de las personas que quieres,
y con las que quieres.
Y así, sin más, caminar.